
Soñé con...
- Una princesa que se encontraba presa en una torre de doscientos pisos escondida en lo más recóndito de un tupido bosque. Todas las mañanas, ella se despertaba imaginando cómo sería el momento en el que el príncipe irrumpiera en su morada, la liberara y se la llevara a caballo, muy muy lejos y sin rumbo definido.
- Jane, que está cansada de la rutina, las escenas de celos constantes, la falta de privacidad y las peleas por la nada misma. Que se despierta, se viste de Chanel, se maquilla sin pausa y sin prisa y sale de su casa otra mañana más. Es la prometida de uno de los cantantes más populares de la época; cientas de jovencitas que se encuentran agolpadas en la puerta de su mansión quisieran al menos por un día tomar su lugar. Ella, cada vez tiene menos ganas de volver a su casa.
-Jimena, que tapada por las deudas, los gastos y la incapacidad de día tras día satisfacer sus necesidades básicas y las de sus pequeños hijos camina calle por calle. Que traspasa a pie barrios y distritos enteros del conurbano bonaerense en busca de alguna que otra monedita, mendrugos de pan, ropa que no importa si está descosida o sucia mientras abrigue o leche para sus pequeños. Bien le hubiera gustado ser una princesa de cuento o una Jane Asher, pero es una Jimena que no da el brazo a torcer. Ella sigue caminando, porque quiere con el tiempo encontrar una casa con ventanas; no le importaría si sus hijos son médicos, abogados o artistas mientras puedan ir a la universidad y tener una carrera.
-Helena, que por ser hija, nieta y hasta bisnieta de abogados, fue obligada a ir a estudiar inglés desde los cinco años; trece después llegó a Harvard, lejos de su familia, su novio y sus amigos para estudiar la carrera que según su padre “le corría por las venas”. Me contó que de camino a la facultad de Derecho,estaba la Academia de Bellas Artes y que más de una vez quiso detenerse porque sentía que se estaba desangrando.
-Una abuela de Plaza de Mayo, doña Inés, que sigue haciendo ropa para su nieto. No sabe si es hombre o mujer, pero tiene la certeza de que está vivo y pisando los treinta . Ella espera todas las tardes con el mate y las tostadas recién hechas a que suene el teléfono y alguien le diga “abuela”
-Jorge, que está atrincherado en una oficina, tiene 35 años y ya los médicos le advierten sobre su colesterol alto. Me dijo que está cansado de la voz de su jefe y los remedios para la acidez y me confesó que de vez en cuando, baja las persianas de su oficina y se pone a ver fotos del Taj Majal. Quiere tirar el tablero, mandar al demonio balances, cuentas y obligaciones y comprarse un boleto de ida hacia el primer lugar que señale en el globo terráqueo apoyado sobre su escritorio.
“¿Las utopías son una tabla de salvación?, ¿la realidad es una excusa para no intentar cambiar el mundo?” Me empecé a preguntar tras haber terminado de hablar con todas las personas a las que me crucé en mi sueño.
No conté con que todavía me esperaba una; él era el maestro de las utopías, el que decía que nada cambiaría “su” mundo, el que cantaba en pos de una paz a la que nadie le dio chance. Siempre quise hablar con él y preguntarle por qué no hizo más por el mundo que se imaginaba.
Nos topamos de frente y finalmente le dije: “Vos querías, vos te imaginabas un mundo sin posesiones y tenías 750 millones de dólares en un banco de Suiza, ¿por qué no hiciste más?, ¿por qué solamente cantaste?”
Muy sereno, él me contestó: “Yo me imaginaba a la gente hermanada en el mundo, sin individualismos. Y un tipo cualquiera me mató para llamar la atención. Estoy muerto, por eso no pude volver mis utopías realidades. Vos podés;todos pueden. Nunca fui el único. Tratar es el primer paso, ni el cielo es el límite.”
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